¡UN AVIÓN DE GUERRA!
Santos Doroteo Borda López
17/03/2023

Al este de Lambrama existe una laguna llamada Llakisway, un espejo de agua en el que los apus contemplan sus severos rostros. El enero pasado, un grupo de amigos fuimos de paseo allá.

La laguna es muy bella y por la altitud del lugar, costaba caminar. El oxígeno frío era escaso, mis pies parecían de plomo. Aun así, lancé el anzuelo decenas de veces, pero las truchas estaban de asueto.

Sin éxito, me senté en un peñasco, mientras perezosas neblinas subían desde las quebradas. En ese momento, un zumbido de avión rompió los aires por encima de mi cabeza. Pero, oh sorpresa, no era un jet sino una pareja de patos vertiginosos, yéndose a aterrizar al rincón más alejado de la laguna. ¡Wow, qué tal velocidad! Automáticamente, tomé el celular para filmarlos, pero ya habían desaparecido… Y me reí de mí mismo, de que, “sin darme cuenta”, había intentado filmar al “avión”. Yo era igual a un sobrino-nieto, a quien, para que no moleste, le han conseguido una «niñera» nueva, el celular.

El cerro de Llakisway está adornado de ichus, de arbustos y vegetales que crecen amparados en las hendiduras de las rocas; de pequeños cactus, cual viejos canosos; de tímidas florecillas, de orugas y de un sinfín de bichitos… Yo quería publicarlos en las redes sociales, pero no había cobertura… ¡Qué fastidio!… Y, a propósito de las redes sociales –no sé si es tu caso– yo estoy pendiente de saber lo último: chats, likes, selfis, tuits y otras vanidades…

Para Aristóteles, el deseo más fuerte del ser humano es el del saber. Y, hoy como nunca, los humanos vivimos al tanto de todo, consumiendo información. Pero el pensador griego se refería a la sabiduría, al conocimiento de los fundamentos del ser, los primeros principios y las causas más profundas de cuanto existe. Pero, ¿no es acaso demasiada pretensión querer comprender la esencia de todo lo que existe? En ese sentido, “vivir en el mundo y no aspirar a comprenderlo es vivir como puro animal” (Ayllón, J. R., ¿Es la Filosofía un cuento chino?, Desclée De Brouwer, Bilbao 2001, p. 16).

Y entonces, me hallé discutiendo conmigo:

–¿Qué hago aquí?

–Vine de paseo, estoy sentado en una gran mole de piedra, a cinco metros hay un farallón en caída libre y, a cien metros, el espejo de agua…

–No, no, mi pregunta es otra: ¿Por qué y para qué vivo? ¿Qué hago en este mundo? ¿Tiene sentido esto que veo o soy un tonto, medio sonámbulo?

Ante la imponente naturaleza, no soy más que un minúsculo ser, casi nada; pero asaltado por las dudas: ¿Por qué existe el universo? ¿Quién soy yo? ¿Por qué mis grandezas y pequeñeces; mis virtudes y vicios, mis amores y odios; gestas y revoluciones; abrazos y peleas; generosidades, envidias y ambiciones…?

Stephen Hawkins (tetrapléjico y agnóstico, una de las mentes más brillantes en astrofísica y, por cierto, consultor de ciencias de la Santa Sede) sostiene que “la ciencia jamás será capaz de responder a la última pregunta: por qué el universo se ha tomado la molestia de existir” (Idem).

Efectivamente, en busca de la verdad, la ciencia plantea diversas hipótesis, investiga, experimenta, comprueba y formula teorías sobre el mundo y la naturaleza; descifra las leyes de la materia e inventa tecnologías para dar calidad de vida al hombre; aunque también fabrica bombas, metralletas, gases lacrimógenos y armas capaces de exterminar a la humanidad.

En ese contexto, la metodología científica es bastante limitada, pues, aunque explica satisfactoriamente cómo son las cosas y de qué están compuestas, no sabe explicar el sentido de la existencia y de la vida; qué o quién es el ser humano, su conciencia y las intenciones de su corazón; se queda corta cuando habla del bien, de la verdad, de la belleza; del porqué del mal, del sufrimiento y de la muerte… Asimismo, calla ante la envidia, la ambición, el odio, el chisme, la difamación y las habladurías; de por qué nos estamos peleando; no tiene respuestas del por qué y para qué estamos en este mundo…

La ciencia ofrece al ser humano servicios en salud, educación, economía, cultura, etc.; pero no satisface los anhelos de paz y de felicidad del corazón. Por ejemplo –y lo digo bromeando un poquito–, me gustaría unas fórmulas de química para evitar la corrupción, el odio y el resentimiento; asimismo, algún procedimiento de física cuántica para aliviar las envidias, las ambiciones, los desasosiegos y la vaciedad del corazón…

En Llakisway, parejas de wallatas graznan y coquetean orgullosas; mientras los patos se zambullen aquí y allá, jugando al pakapaka. En ese momento, el generoso sol andino ya calienta el ambiente y baña mi rostro; escondida entre los peñascos, una flor rojiza se asoma con timidez a tomar su ración de sol; orugas y mil bichitos más empiezan sus faenas diarias.

¡Es la belleza natural en todo su esplendor! ¿Todo esto tiene sentido? ¿Hay algún objetivo existencial o estamos solos en el universo, echados al azar?

¿Por qué Llakisway se dio la molestia de existir?

San Pablo escribió a los Romanos: “las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1,20ss).

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