UN DÍA TÚ TIENES QUE HACER ESO…
Santos Doroteo Borda López
17/04/2025

«Especialmente en tiempos de Cuaresma, Lachi, mi mamá, se quitaba las ojotas y caminaba descalza. Una vez, las campanas ya habían tañido la tercera vez. Ella aceleró el paso, pero tropezó con una piedra y cayó de bruces en la grava. Yo corrí hacia ella y la ayudé a incorporarse. Sangraba del dedo gordo del pie izquierdo. Se ruborizó. Le salieron unos lagrimones. La abracé recriminándole por caminar descalza. Pero, mirándome a los ojos y acariciando mi rostro, me explicó:

—Hago penitencia por mis pecados y por los pecados de tantas personas que ofenden a Dios.

—¿Pero el Taytacha escucha tus oraciones y tus sacrificios?

—Es que su Hijo Jesús murió en la Cruz. Él nos ha salvado a todos. Nosotros debemos cooperar con él.

Y sin más, rebuscó entre sus polleras una tela fácil de romper y se fabricó una tira a modo de gasa. Con aquella tela envolvió su dedo sangrante, lo ató con un pequeño hilo, se calzó las ojotas y seguimos como si nada.

Llegando al pueblo, en la primera casa y sentado sobre un sillón, un caballero bastante gordo recibía efusivo nuestros saludos. También creí que aquel personaje estaba día y noche sentado a la puerta de su pequeña tienda, llamada “El Gordito”.

Ya dentro del templo, Mamá dejaba su qepe en una de las bancas e iba a confesarse.

Por mi parte, no entendía nada de lo que sucedía en esas ceremonias, pero la gente cantaba y respondía a los saludos y diálogos del cura.

Después de confesarse, Mamá se ponía junto a mí y de vez en cuando me daba toquecitos en la cabeza y me explicaba que en ese momento el Señor Jesús estaba bajando al pan y al cáliz.

—Un día tú tienes que hacer eso mismo, ¿entiendes?

—Manam —le respondía, mientras encogía los hombros.

Terminada la ceremonia —cuando él nos acompañaba— Papá y yo salíamos de inmediato a tomar el sol. Mamá se quedaba de rodillas. Sólo cuando ella aparecía, bajábamos la gradería, cruzábamos la Plaza de Armas y nos encaminábamos al mercado» (Del libro: Así era mi pueblo, pág., 174-175).

Gracias, Má’…, no siempre soy coherente con lo que tú me enseñaste. Aunque sea cojeando. Sé fuerza para para mi…

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