SILENCIO EN RONTOQOCHA
Santos Doroteo Borda López
20/03/2025

En la zona de Rontoqocha, al sur-este de Abancay, existen varias lagunas resguardadas por imponentes montañas de tonos oscuros. En sus laderas, prosperan algunos bosques de qewñas, alternando con los pajonales. En ellos se refugia una variada fauna, donde destacan las ágiles vizcachas y los astutos zorros.

Por otro lado, resulta doloroso encontrar vestigios de incendios forestales. Los árboles yacen como esqueletos ennegrecidos y la flora circundante todavía tiene heridas abiertas. Quemar los cerros es atentar contra la Pachamama. Pero resulta paradójico que el agua que abastece gran parte de la ciudad de Abancay proviene de Rontoqocha.

Al mediodía, en Rontoqocha, la quietud lo envuelve todo, como si el tiempo se detuviera. Los vientos fríos ceden. El clima se torna agradable. Así, en la última laguna, Roque se aventura a saltar hacia una pequeña isla, apenas a dos metros de la orilla. Al pisar el promontorio, siente que el suelo cede bajo sus pies, amenazando con volcarse. Intuyendo el peligro, retrocede rápidamente y se sienta en tierra firme. Los chicos que le acompañan se han ido a lanzar anzuelos, a ver si alguna trucha o pejerrey logra ser engañado.

Roque, todavía impresionado por la islita movediza, es envuelto por el silencio andino y piensa que pronto ya no latirá su corazón, que está acelerado por el miedo de haberse ahogado… Y se percata de dos tipos de rumores. Unos son agradables para los oídos: el sordo murmullo de las cascadas de agua, el graznido de los patos y el lejano croar de las ranas. Pero hay otros ruidos feos, insonoros, profundos: son las angustias, los desasosiegos y los gritos interiores… Y piensa en Lachi, su Madre. Se imagina acurrucado en su regazo, contándole sus problemas. Ella, con sus ojitos pequeños, le mira sin parpadear. “¡Hijo, soy tu mamá, no dejo de amarte!». Roque acaba sollozando.

Luego de buen rato vuelve en sí. Sin percatarse de su presencia, una pareja de wallatas se posa cerquita. El hombre queda embelesado viendo la inusual pareja. Los expertos en wallatalogía, dicen que los gansos andinos se juran fidelidad eterna.

¿Por qué, aunque físicamente estoy presente en un lugar, mi mente y mi corazón divagan lejos, lejos de mi centro? En efecto —se pregunta por un tema como sacado de contexto—, ¿por qué anhelo cosas extraordinarias y llamativas (fama, honores, poder, dinero) para creerme y demostrar que soy buena persona?

Mientras se debate, arroja piedrecillas al espejo de agua. Los guijarros rompen el silencio con pequeños estallidos, creando ondas que se expanden en círculos perfectos, lamiendo la orilla con suaves besos. Se divierte con cada pedrada, burlándose de los apus. Sus imágenes se desdibujan a cada pedrada, solo son selfies efímeros…

Las aguas quietas y cristalinas de Rontoqocha facilitan a Roque a sentir la presencia de Dios, a quien no lo ve con sus sentidos, pero lo intuye quedamente en el hondón de su alma. Y si no afina la sensibilidad de su alma, los ruidos interiores acabarán expulsándolo a lo meramente exterior. En verdad —se reprocha, chasqueando—, olvido que lo fenomenal está aquí y ahora, en cada paso que doy, en cada gesto, en cada sonrisa y cada encuentro con los demás y, por supuesto, en cada bichito y en cada plantita que me brinda la naturaleza.

¿Es posible que llegue a ser yo mismo? ¿Pero qué es ser ‘yo mismo’? ¡Es que necesito realizarme! —en eso consiste la felicidad?, piensa—. Y cree que la felicidad es obtener buena carrera, buenos sueldos, una familia, una casita y tal vez un auto… Aunque un amigo de infancia le dirá que «todo eso ya lo ha logrado, pero su corazón seguía vacío»… En el fondo —concluye su soliloquio—, para llegar a ser “yo mismo” debo abrirle a Dios las puertas de mi ser. Pero soy libre, dueño de mi “casa”. Si no quiero, nadie —ni siquiera Dios— puede entrar en mí.

De regreso a casa, los chicos escuchan música y Roque prefiere callar. El sol está yéndose. El Ampay, el Qorawiri, el Quisapata y el Soqllaqasa se están enlutando.

Hay mezcla de gozo y pesar en el alma de Roque. ¡Valió la pena haberse ido hasta esas alturas!

1 Comentario

  1. Miguel Ángel

    Qué lindo relato, te hace sentir la paz de Rontoqocha y al mismo tiempo pensar en lo que realmente importa en la vida. Me gustó mucho la forma en que se mezcla la naturaleza con las emociones del protagonista. ¡Muy bueno!»

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