Un lunes de Octubre, hacia las 7:30 am, como sucede a diario, las calles céntricas de Abancay se llenan de veloces transeúntes. Los cláxones son bulliciosos.
Cruzo la Arequipa, delante del Serpost.
A la mitad, una niña de cinco o seis años me coge de las manos, me mira fijamente a los ojos, y me suelta:
–¿Tú hablas con Dios?
Su madre no le deja seguir. Cree que me falta el respeto.
–No le haga caso padrecito, es una niña preguntona.
Y se la lleva a rastras, pues impide el paso de la gente en una y otra dirección.
Yo quedo parado sin saber qué decir. El semáforo se pone de rojo, y un chofer me dice algo. No debo quedar ahí, en media calle.
Al inicio, la pregunta de la niña no tiene importancia; pero, cuando llego a mi casa, el cuestionamiento me ronda la cabeza: ¿Yo hablo con Dios? ¿Sé hablar con Él?
Al contarle, un amigo me dice:
–Dios habla por la boca de los niños.
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla” (Mateo 11, 25).
Sencillez significa: Algo que no es artificial; persona sin ostentación y sin adornos; sin dobleces ni engaño; libre de envidias, de celos y de deseos de poder, de tener y de placer.
¿De quién podemos decir que es una persona sencilla? Del que es normal, de quien demuestra naturalidad en sus palabras y en sus actos y no se guía por sus títulos y reconocimientos, ni por su status social; podemos decir que es una persona sencilla de quien es ajena a la doble personalidad; quien es descomplicada, simple y llana para Dios y para los demás.
En fin, es sencilla la persona a quien no le oprimen las angustias, pues sus intenciones son rectas.
¿Verdad que cuesta ser normales, sonrientes y amables en el trato? ¿No es verdad que no pocas veces andamos con el ceño fruncido y con cara de apuro y preocupados?
Quien vive de la mentira, aparentemente es feliz. Sí, «ríe y disfruta de la vida”; pero, en el fondo, es una persona enferma y hace daño a los que le rodean.
Jesucristo, con su muerte y resurrección te da nueva vida; te da poder para vivir en su gracia y buscar la santidad, esa es tu vocación fundamental: “Sean santos como Yo soy Santo” (Levítico 19,2; Mateo 5,48).
Pero la santidad y la vida en gracia no son automáticos. Para que Él actúe en tu vida, debes luchar, desterrando de ti la soberbia, lo postizo y tus máscaras. ¿Verdad que en el fondo debes quitarte tus máscaras?
Un camino efectivo para lograr la sencillez de vida es la oración, hablar con Dios y dejarte amar como los niños; pues, aunque sufras, serás feliz. No lo olvides: en el trato con Jesús aprendes a ser manso y humilde de corazón…, tu vida es ligera y llevadera (Cf. Mateo 11,30).
Dios simplifica tu vida, te hace feliz y sonriente.
Habla con Él y verás que es efectivo.
Si andas con Jesús harás mucho bien a tu alrededor
0 comentarios