“He besado muchas veces, con toda el alma, este nuevo suelo patrio. Lo he amado y tratado de servir en nombre de Dios, que me ha enviado a él” (ENRIQUE PELACH, Abancay. Un Obispo en los Andes peruanos, RIALP, Madrid 2005).
Mons. Enrique Pélach y Feliu nació en Anglés (Gerona, España) el 3 de octubre de 1917. Hablando de sus padres y hermanos, dice: “Mis padres eran Juan y Enriqueta. Tuvieron 10 hijos: 6 varones y 4 mujeres. Todos muy unidos y queriéndonos mucho. Un médico y otro maestro y las hermanas profesoras de piano. Yo sacerdote, los demás, diversos trabajos”.
Luego de cursar Filosofía y Teología en el Seminario de Gerona, se ordenó sacerdote el 6 de enero de 1944 y seguidamente estudia en la Universidad Gregoriana de Roma, licenciándose en Misionología. Como desde su infancia late en él un gran afán misionero también estudia medicina en el Hospital Romano de San Giácomo y funda en Barcelona una Escuela de Medicina Misionera.
Antes de enrumbarse hacia América, ejerce de profesor, formador y director espiritual del seminario de Girona. Asimismo, por su afán de formar buenos sacerdotes, dirige espiritualmente a muchos sacerdotes recién egresados del seminario.
Mons. Enrique piensa que para ir de misionero debe primero asegurarse una conveniente ayuda espiritual y humana en el país de destino. Por ello recorre media Europa averiguando si existía algo ya establecido. Paralelamente a ello conoce el Opus Dei y se da cuenta que Dios le llama a asociarse en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, es el primer sacerdote diocesano en pertenecer a esta asociación, el año 1952.
A los pocos meses de ser creada la Prelatura Nullíus de Yauyos (en la sierra de Lima), el 1 de octubre de 1957, junto a cinco sacerdotes, llega al Perú para iniciar la labor misionera junto a Mons. Ignacio de Orbegozo.
Durante 11 años, como Vicario General de la Prelatura de Yauyos, Cañete y Huarochirí, ejerce una labor misionera gigantesca. Al respecto dice: “Recuerdo, por ejemplo, que mis viajes a caballo sumaban más de 8,000 horas, que equivalían a 40,000 kilómetros, distancia que sobraba para dar una vuelta a la tierra”.
El 25 de junio de 1968 el Papa Pablo VI le nombra obispo de la diócesis de Abancay. En ese entonces, esta jurisdicción contaba con poco clero: seis sacerdotes peruanos mayores y dos jóvenes, ocho extranjeros de la sociedad de Santiago Apóstol, dos jesuitas y un franciscano; 36 religiosas. La población de la Diócesis ascendía a 300,000 habitantes, y su extensión a 12,950 Kms2.
Desde su llegada a Abancay, trabaja incansablemente. En una entrevista concedida a “El Apurimeño”, en agosto de 2006, recuerda: “La situación de Abancay era de mucha pobreza: Había 10 médicos en todo el departamento: 3 en Andahuaylas y 7 en Abancay. Analfabetismo, 62% en hombres y 80% en mujeres donde se ha desarrollado muchísimas obras de evangelización”.
Por esta razón nada más llegar a Abancay, inicia diversas obras sociales: El Asilo de ancianos y en 1970 crea el Centro Médico Santa Teresa para combatir la lepra que abundaba en el valle de Abancay. ”Los enfermos estaban felices al ver que, por fin, había quien se ocupara de ellos. ¡Cuántos besos y abrazos recibí de leprosos y leprosas, que mostraban así su entusiasmo y su agradecimiento!”
Asimismo funda hogares para estudiantes pobres en las diversas parroquias. En fin, fue haciendo obras de toda índole: arregla y edifica más de 80 Iglesias y restaura el Santuario de Cocharcas; construye casas parroquiales, conventos para religiosas, dos seminarios, postas médicas, noviciados, casas de retiros, centros de promoción de la mujer, comedores para pobres. Y obras de toda índole, también desde la Cáritas Diocesana.
Las visitas pastorales que realiza como obispo dan abundantes frutos apostólicos. Conoce en poco tiempo toda la geografía de la diócesis con sus cuatro provincias: Andahuaylas, Abancay, Aymaraes y Chincheros.
Se preocupa por el futuro de la Iglesia local, por ello, la obra más importante de su labor episcopal es la creación del Seminario Mayor “Nuestra Señora de Cocharcas” y el Seminario Menor “San Francisco Solano”. Al respecto, cuenta lo siguiente: “Para mí ha sido un constante vivir una gran alegría. Alegría que encuentro al ordenar sacerdotes. Y a la vuelta de los años, mucha más alegría al ver que teníamos abundantes sacerdotes para la diócesis y para otras diócesis”. Desde 1977, se han ordenado más de 140 sacerdotes, que prestan servicio en varias jurisdicciones fuera y dentro del Perú.
Por otro lado, entre sus labores más destacadas es querer a los sacerdotes. Al respecto cuenta cómo San Josemaría Escrivá le dice en una ocasión: “Todos necesitamos dar y recibir cariño; los obispos también. Tú ama a tus sacerdotes, cuídalos bien y verás que ellos también estarán contigo y tendrás su cariño. Además les harás un gran bien, y ellos a las almas”. Por esa razón, desde su llegada hasta ahora, mes tras mes, los sacerdotes realizan el retiro y la reunión de pastoral. ¡Cuántas veces se acerca a espectar los partidos de futbito de sacerdotes y seminaristas!
Mons. Enrique es también escritor. Nada más llegar a Yauyos escribe y dirige la obra teatral “La Pasión del Señor”. Otras obras teatrales son: “Belén”; “El Hijo Pródigo”, “El impaciente Job”. Asimismo edita el Catecismo Pélach-Künher, “Guía Cristiana”; impulsa y dirige el “Catecismo Mayor” y “Catecismo Menor”; “El Boletín Diocesano”, etc. Además de haber dirigido la traducción del Nuevo Testamento al Quechua y el devocionario Rezar y Cantar, entre otros. Por último, “Abancay. Un Obispo en los Andes peruanos”, Lima 2004 y Madrid 2005.
Cuando Mons. Enrique cumple 75 años, presenta su carta de renuncia. Y el 1 de diciembre de 1992, el Papa Juan Pablo II la confirma.
Desde que deja de ser Obispo de Abancay, Mons. Enrique Pélach sigue con su labor de arquitecto y constructor, además de ser guía y punto de referencia en su entrega a Dios.
Mons. Enrique, poco a poco va haciéndose mayor. Físicamente se mueve poco, pero se dedica a la lectura, dialoga con los sacerdotes, está enterado de todo lo que pasa en Abancay y en el mundo…, pero sin lugar a dudas, Mons. Enrique se mueve tanto como los jóvenes: contagia alegría y constancia; ofrece serenidad y entusiasmo, y por encima de todo es hombre de oración.
Tiene el cabello cano, sus manos están arrugadas, tiene los oídos lejanos, y sus pasos son cada vez más torpes. Todo ello es producto de su amor a la diócesis. Nos ha amado tanto hasta hacerse un abanquino más; ¡y qué abanquino!
Al haber decaído en su salud, en junio, es internado en el hospital de Essalud de Abancay y, al empeorar, se le traslada al Cusco, donde hay más recursos médicos. Una vez aliviado, el P. Miguel Ángel le fue a buscar para traérselo a Abancay. Durante el trayecto Mons. Enrique viene callado, durmiendo por ratos. Ya llegados a Curahuasi, el P. Miguel Ángel le pregunta si está bien, si le duele algo. -Sí, la espalda, dijo Mons. Enrique. Efectivamente, la frazada se le había hecho una bola, como un puño. Esta imagen refleja perfectamente su personalidad: No quejarse nunca, no reclamar nada para sí. Y así vivió toda su vida.
Don Enrique acaba de irse a la casa del Padre Celestial, hoy 19 de julio de 2007, a las 2:30 pm. Sus restos son velados en la Catedral de Abancay y el funeral es el sábado a las 3:00 pm, en la misma Iglesia Catedral.
¡Querido don Enrique, descansa en paz!
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