Hace unas semanas fui a celebrar la Santa Misa a un pueblo de la Parroquia. Cuando llegué al lugar, encontré varios hombres mareados con montones de cajas de cerveza. Discutían unos y bailaban otros con el fragor del arpa y del violín. Se habían pasado la noche “velando” al Santo, o sea tomando. Cuando me disponía a bajar del carro, vino hacia mí un hombre cimbreante con el rostro lleno de sangre, y balbuceando algo ininteligible.

Contrariado por el hecho, me retiré sin celebrarles la Misa… Pero una niña, toda de blanco, llegaba al pueblo y me dijo risueña: “Padrecito, adónde te vas sin bautizarme”. Quedé desarmado y tuve celebrarles la Misa, pero con la condición de que los borrachos fueran retirados de la placita del pueblo. Sólo así me quedé para la ceremonia.

Jesús pone a consideración otra parábola sobre los viñadores. En este caso habla de los viñadores homicidas. El dueño de la viña les contrató para que trabajaran en su chacra. Después de un tiempo, los trabajadores se adueñan de la viña y no pagan lo pactado, evitan a los enviados, e incluso matan al hijo del dueño (Mateo 21,33-42).

La corrupción y la mala vida parecieran connaturales al ser humano. Se ve que en todo tiempo y lugar se “cuecen habas”. Por eso el Señor, conociendo perfectamente la naturaleza humana, nos pone la parábola, para que nos pongamos a buen recaudo y evitemos caer en lo mismo.

Jesús se estaba refiriendo al pueblo de Israel que había evitado a los profetas. Porque los profetas denunciaban las maldades y los pecados del pueblo, pero principalmente los de los fariseos, “expertos” en religión.

La verdad es que Jesús les llamó a la conversión, pero ellos no quisieron escucharle, porque se hallaban muy cómodos así; si se convertían, debían dejar su estilo de vida y eso no les convenía. Una praxis muy usual en la gente corrupta.

Unión San José de Arcahua, Huancarama – Andahuaylas

Es muy repetitiva la historia: en todo tiempo y lugar, los corruptos (pecado muy grave), denigran a quienes les muestran su maldad y hacen lo posible para acallar sus voces; y contradictoriamente practican una religiosidad superficial.

Los fariseos tenían rostros desfigurados, aparentado santidad; pero sus rezos eran vanos y sus ayunos ridículos.

¿No tenemos parecidas manifestaciones en algunos pueblos y en algunas devociones y cargos? A algunos católicos les importa llevar la banda de los devotos, de los mayordomos o de los cargontes, como evidencia de su fe. Pero de una fe muy poco formada, casi ignorante. También es cierto –y lo debemos anotar, para no generalizar– que muchos, felizmente la mayoría de los devotos, son gente sana y limpia.

Los fariseos cumplían los ritos y eso era bueno. ¿Acaso no hacían frutos de obras buenas y acaso no observaban fielmente los diez mandamientos? Efectivamente, hacían ayunos, pagaban los diezmos, hacían las abluciones y todos los ritos cultuales… Cumplían con todo ello, pero se olvidaron el derecho y de la justicia; ya no les importaba el amor al prójimo y la misericordia, los frutos que más estima Dios.

En fin, el peor enemigo de los cristianos, de las familias y del mismo Estado es la ignorancia. Cuando las personas no conocen su fe y carecen de buena conciencia, es lógico que terminen en manifestaciones que hemos señalado.

Y en cuanto al Estado se refiere, por no conocer nuestros derechos, no participamos activamente en la buena gobernabilidad y en la ciudadanía. Al respecto, la doctrina social de la Iglesia “propone a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, n. 19).

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