Habiéndose sacrificado mucho, unos amigos ahorraron buena cantidad de Euros e importaron desde Italia un detector de metales. Coincidí con ellos en un pueblo de Pichirhua y me pidieron traducirles el manual.
Después de media hora de pruebas, el aparato dio los primeros pitidos y nos emocionó a todos. Pensamos que hallaríamos un gran tesoro.
En efecto, con picos y palas encontramos el primero a un metro de profundidad, pero sólo era un trozo de fierro oxidado.
Me olvidé de mi condición y estuve con ellos tres horas buscando tesoros, y coleccionamos una docena objetos de hierro carcomidos por el moho.
Con cierta desilusión, tuve seguir mi viaje. Mis amigos persistieron en su búsqueda hasta media noche, sin resultados. Tiempo después -me contaron- que habían encontrado un buen “tapado”.
Pensemos: por lograr tesoros, siempre efímeros, somos capaces de pasar hambre, sed, calor, amarguras, sacrificios y perder la propia familia… Podríamos ganarnos el mundo entero, pero seguramente habiendo perdido el alma (Marcos 8,36).
Y para el colmo, el Señor te dice: “pídeme lo que quieras” (Sabiduría 3,5). ¿Tú, qué le pedirías al Señor? ¿Tierras, dinero, posesiones?
El nevado del Ampay, guardián celoso de Abancay
El rey Salomón no exigió larga vida ni riquezas; imploró, en cambio, un corazón dócil para gobernar a su pueblo y para discernir el mal del bien. Y esto sí que le agradó al Señor, y por eso le concedió un corazón sabio e inteligente.
Aprendamos de Salomón, pidamos sabiduría para conocer la verdad y amar el bien; para apreciar el reino de Dios como lo más importante en la escala de los valores.
Pero el reino de Dios es Jesucristo mismo y Él es fascinante. Cuando lo conoces, entiendes que vale la pena entregarse por su causa; como lo hicieron Pedro, Santiago, Juan, Tomás…, cuando Jesús se los pide, lo entregaron todo, hasta morir por Él. Encontramos igual entrega en Saulo de Tarso, en Agustín de Hipona, en Juan Pablo II, en Mons. Enrique Pélach y en tantos hombres y mujeres que dieron su vida por la causa del Evangelio.
Medita: la vocación cristiana es lo más grande que Dios me ha concedido. Es la perla preciosa, el “tapado” colmado de tesoros.
“Busquen el reino de Dios y su justicia, lo demás de les dará por añadidura” (Mateo 6,33). Si busco a Dios, si me entrego a Él; si “Él es mi pastor nada me faltará” (Salmo 22); no me preocupo por nada, Él me protege, estoy en sus manos, descanso en Él.
0 comentarios