Cuando era párroco en Tamburco, tenía una amiga, vecina de Ccanabamba, que nunca faltaba a la cita. Me espera al borde de la carretera para que la llevara a la Misa que iba a celebrar en su pueblo. Apoyada en su bastón pasito a paso, subía unos 200 ms., hasta la carretera. Las arrugas de su rostro eran adornadas por el único diente que le quedaba.
Lo que más me removía era lo que me traía para comer. Le decía que eso era demasiado, pues ella era muy pobre. Pero un amigo sacerdote me dijo que le dejara ser generosa. Y así fue.
Este domingo, la liturgia nos presenta a dos “insignificantes mujeres”. Se trata de la viuda de Sarepta, quien creyó en las palabras de Elías y se comportó con generosidad, preparándole un panecillo con lo último de provisiones que le quedaban. Gracias a esa entrega total, no se vació la alcuza de aceite ni la orza de harina se agotó (Cf. 1 Reyes 17,10-16).
En el templo de Jerusalén, una viuda indigente puso en la alcancía todo lo que tenía para vivir; mientras que los ricos daban lo que les sobraba. Jesús observaba la escena y nos dejó una bonita enseñanza: ser generosos con Dios (Marcos 12,38-44).
A Dios, dueño del universo, no le afecta la cantidad de cosas que le “demos”…; ni siquiera le importan las oraciones largas o cortas… Pero sí le interesa la intención y el amor con que las ofrecemos. Dios lee nuestros corazones (Romanos 8,27).
La viuda apostó por Dios, pues entregó todo lo que traía consigo: dos moneditas de poco valor. Los ricos, por lo general, son poco generosos.
Da miedo apostar por Dios. ¿Y si me equivoco? ¿Cómo entregar a Dios mi vida, mis proyectos, mi juventud…, si luego quedo sin nada o tal vez no le seré fiel?
Entregarse a Dios y servir a los demás, –vaciándose de sí mismos y sin buscar falsas seguridades–, es la condición que Jesucristo y la Iglesia exigen a los apóstoles del tercer Milenio.
Hay tentaciones y peligros solapados para el discípulo de Jesucristo –también para el sacerdote–, y se trata de reservarse cosas, amistades, aficiones y estilos de vida no acordes con su condición. A Judas le sucedió lo mismo y terminó traicionando al Maestro: era el tesorero del grupo, iba robando poco a poco…, hasta vender a su Señor (Cf. Juan 12,6).
Finalmente, tú, apóstol de Jesús, busca el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se te dará por añadidura (Cf. Mateo 6,33). Si te entregas de veras al Señor, Él cuidará a tu familia.
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